martes, 10 de abril de 2012

Lógica aplastante

Probar canela en una boca ajena y pensar que eso es algo: fotografías que resucitan, cuerpos sobrevivientes del naufragio, un preludio de casa con –al menos– dos perros. Probar canela y creer que los naipes, uno a uno, pueden levantarse del suelo, trepar, reconstruir el castillo. Probar canela y cerrar un poco los ojos para convencerse de que las palabras podridas de siempre, de pronto, significan... y hasta es posible hacer demostraciones de lo inexistente.
Pero...qué ridiculez.
Yo me equivoqué y tú, en cambio, tenías razón: un beso que sabe a canela es sólo una consecuencia lógica de tomar capuchino.

martes, 27 de diciembre de 2011

Y...

Y el día que deje de escribir para encontrarte, ¿qué vas a hacer?
Porque un día de estos voy a olvidarme de narrar el dorso de tus manos. Y de ficcionalizar tus palmas, también.
Voy a dejar de poetizarte como ritual matutino. Y vespertino.
Voy a dejar de soñarte en papel.
Cuando menos te lo esperes, mis letras van a ser sólo mías. Y aunque te busques no vas a estar retratado en una sola línea. Y si no te buscas (porque nunca te buscas), tampoco.
Cualquiera de estas tardes, además, va a dejar de importarme lo que escribas tú. (O si lo escribes para mí, o para ella, o para las de antes.)  
A mí (ya lo sé) me van a quedar un montón de hojas en blanco. Y galones de tinta y las manos inquietas, sí. Y un nudo infinitamente real en la garganta. ¿Y a ti? Si uno de estos días no escribo más para encontrarte, ¿harás tú, por una vez, el intento de buscarme?


miércoles, 8 de junio de 2011

Apología y karma (así son estas cosas)



No: tú no tienes la culpa. No sabías. Así son estas cosas. Así es como duele, como piensas que debe doler. Como has visto que duele en las películas. Como te dolió antes, alguna vez, cuando eras aún más niña. Aún más simple. Como crees que tal vez duele ahora, que eres tanto más sabia, más mujer y más interesante.

O tal vez sí sabías. De todas formas no tienes la culpa. Así son estas cosas. Tú lo merecías más. Tú lo querías más. Tú, que eres tan tú y tan importante. Tú, que nunca quisiste lastimar a nadie.

O tal vez sí querías. Así son estas cosas. Con todo, no hay forma de que sea tu culpa. Nada debías. Tú, tan inocente porque no es problema tuyo. No puede ser tu culpa porque no lo entiendes. Porque, aunque ahora creas que sí, tú no lo sabes. No puedes saberlo. Así son estas cosas. Pero no te preocupes...algún día, después de todo, vas a entenderlo. Vas a saber cómo duele cuando de verdad duele.

Y, ¿sabes qué? Tampoco va a ser culpa de nadie.

viernes, 12 de noviembre de 2010

aeterna


Ay, pero si yo nunca quise ser eterna. A las cuatro de la mañana, la verdad, querer eternizarme es sólo una forma pedante de justificar el siguiente trago. Y a cualquier hora de un martes, francamente, la eternidad no son más que ganas de llenar páginas mudas. La vida se acaba a cada rato y, al menos a mí, me parece mucho más interesante ser perecedero. Lo digo en serio: caducar tiene más chiste. Como sardina, sí, pero también como el vestido aquél que nunca me volverás a quitar. Por eso te cambio, como siempre, la eternidad por un ahora. La fugacidad es tuya. Si se te escapa en el intento de hacerme perenne, es sólo tu culpa. Yo, ya te lo dije, nunca he querido ser eterna.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Autopsia


No, a mí lo que me molesta no es el frío de esta mesa metálica. Admito que al principio me sorprendió su contacto gélido contra la espalda desnuda, pero también a eso terminé por acostumbrarme. Tampoco me incomoda el olor a formol, ni extraño demasiado la ropa: el pudor que experimento poco tiene que ver, en realidad, con estar en cueros. Lo que me duele, lo que me intimida, es la mirada penetrante, el escrutinio que va mucho más allá del cuerpo. La devoción perversa con la que te aferras al bisturí para descubrir qué es lo que tengo dentro, todo eso que no puedes localizar en la ficha clínica. ¿Qué dice ahí? ¿Mi edad, mi peso, mi estúpido signo zodiacal? No te interesa. Tú quieres saber el valor que para mí tienen ciertos recuerdos, la manera exacta en que me muerdo los labios cuando me concentro, el origen preciso de cada una de mis neurosis.

Eso, y no otra cosa, es lo que me enerva: tu insidiosa fijación con mis adentros, la forma errática en que remueves mis órganos creyendo que, por fin, lograrás descifrarme. Te tengo noticias: estoy viva, idiota. Así que corta, sutura, sigue destazándome con ojos inquisidores. Eres tú la que se vacía.

sábado, 17 de julio de 2010

Personaje femenino


Te acostumbraste a imaginarla así, porque le convenía a la historia. Al principio la narrabas vestida de blanco y con algo parecido a una aureola sobrevolándole la cabeza que, más que evocar al misticismo, la hacía ver un poco tonta. Ella aborrecía su caricatura, pero se sometía ciegamente a las líneas que ibas trazando en el boceto. Quién sabe cuándo sería que empezó a quedarle estrecho el disfraz de mártir, pero poco a poco fuiste alterando el personaje. Empezaste por añadirle unas medias negras bajo la túnica, luego un curioso tinte de rubor en las mejillas, finalmente algo de ironía en los ojos. El tiempo te obligó a cambiar por completo el atuendo, dejando atrás toda pureza al vestirla de colores que provocaban, ahora sí, algo bastante más perverso que la ternura.
Al verse en la cima de un pedestal falso y forrado de desgaste, ella escapó corriendo, anticipándose a la inminente llegada del látigo, las botas de cuero negro y los labios rojos con los que ya aderezabas su cuerpo en tus desvaríos literarios.
Nunca supiste contarla como era. No lo sabes todavía, y por eso te preguntas dónde colocar el ojo de cristal, el sombrero negro y hasta la escoba que, ahora, te parecen tan apropiados. Ella no está más ahí. No es su culpa haber sido concebida como personaje inacabado. No es su culpa que, en lugar de mirarla, te hayas dedicado a imaginar historias convenientes.

viernes, 11 de junio de 2010

Condicionales

Bueno, yo también podría. Si las manos dejaran de temblar podría, despacito, deshacerme de todo eso que me estorba. Y es que hay retazos de falsedad que me sigo encontrando, así, de pronto, aparentemente olvidados encima de una mesa. También podría empezar a atesorar mentiras propias, tener unas gotitas de veneno acumuladas, por si se presentara la ocasión de utilizarlas. Podría abrir la ventana y dejar escapar todos los pájaros que agonizan en mi cabeza. Incluso podría ser otra: más audaz, más lunática, más concreta. Sí: yo también podría. Pero si no hubiera aún fragmentos de cinismo desperdigados por la recámara, no querría. Y entonces las manos no estarían temblando. Y entonces el uso del condicional sería innecesario y obsoleto.