QUE AGONÍA fue tragarme los Oscars este año. Si lo hice, fue sólo porque había apostado con Mariano que El Retorno del Rey iba ganar el premio a la mejor película. Creo que valió la pena...pero... qué sufrimiento tan asqueroso. El precio de callar a Mariano fue verdaderamente muy, muy alto. Cada treinta segundos, y sin previo aviso...ahí estaba: un close up a su cara mezquina y retorcida. En cada toma inesperada, yo sentía una horrible punzada en el estómago, y a duras penas podía contener las arcadas. Una rabia sorda (y también ciega) me invadía, mientras impulsos incontenibles de angustia y desesperación, recorrían todo mi cuerpo...poseído por el odio. ODIO a Clint Eastwood. Tú lo sabes. Cuando hablo de odio, no me refiero sólo a que "me caiga mal"...ni siquiera a que "no me guste como actúa". Estoy hablando de un odio real, profundo. Un odio auténtico. Estoy hablando de instintos criminales. Estoy hablando de que tal vez, sólo tal vez, me gustaría topármelo un día por la calle, nada más para tener la deliciosa oportunidad de patear con unas botas de tacón filoso (compradas especialmente para la ocasión), su cara arrugada y completamente carente de expresión. ODIO a Clint Eastwood. Con todas mis fuerzas. Pero...a nadie en la Academia parecía importarle. Una y otra vez, como en una tortura interminable y dolorosa, fui bombardeada con su repulsiva imagen...y en una ocasión, mientras apartaba mi mirada con desprecio, me pareció sentir que él, en cambio, sí me estaba observando...fijamente. Me recorrió un escalofrío, y con el rabillo del ojo alcancé a ver lo que no acababa de definirse como una sonrisa burlona, pero que extrañamente parecía estar dotada de un horrible significado: Clint Eastwood sabe que lo odio...y lo disfruta. Cada aparición pública suya, es un intento consciente y premeditado de martirizarme. Cada nueva película tiene como objetivo desencadenar mi ira. Cada arruga en su cara es una provocación intencional.
Clint Eastwood se alimenta y crece con mi odio. Clint Eastwood...me odia de regreso.
