sábado, 20 de mayo de 2006

Blancanievos


A Rafa.

“¿Y si jugamos a que mi hermanito es Blancanievos y le damos una manzana envenenada?”
Esta fue la frase que surgió de mi perversa mente criminal a la edad de tres años. Rafaela, probablemente, me miraría horrorizada, pensando en las posibles maneras de alejar a ese pequeño asesino en serie que era yo, de esa cosa arrugada e informe que eras tú, su adorado retoño. Y podría asegurar que Mariano corrió a buscar los múltiples folletos de reformatorios que venía guardando, rencoroso, desde que tuve la gracia de orinarme encima de él a los pocos segundos de mi nacimiento. Por si fuera poco, yo previamente había dado indicios de resultar un auténtico peligro para ti, arrojando todas tus recién adquiridas posesiones por la ventana, volteándote en tu cuna con la simpática ocurrencia de “agarrarte como chango” y usurpando las tijeras de la abuela para confeccionarte un nuevo atuendo, haciendo mis elaborados diseños de moda sobre tu pijama.
Seguramente todos los hermanos mayores experimentan estos instintos tanáticos cuando la llegada de un diminuto ser en pañales amenaza con destruir el cómodo absolutismo familiar en el que han vivido felizmente durante los primeros años de su existencia. Es normal: un buen día, de pronto, hay que compartirlo todo. Y lo que queremos es hacer desaparecer de la faz de la tierra al incómodo intruso. Eso sentí cuando naciste: eras un intruso que merecía la muerte. Sin embargo, con el paso del tiempo, perdona la cursilería, hasta bien empezaste a caerme.
Evidentemente, esta transición del odio al amor no resultó nada fácil. Tus papis consiguieron impedir, aún no estoy muy segura de cómo, el inminente envenenamiento que yo planeaba o que lo siguiente en volar por la ventana fueras tú, pero sin embargo no evitaron que tu cabezota sirviera como pisapapeles para mis diversas obras de arte, ni que hoy en día sientas una incontenible fobia hacia los roedores, producto de las historias terroríficas sobre ratas rabiosas que yo te contaba todas las noches antes de dormir, dejándote aterrado ante la posibilidad de que estos animales se presentaran en la madrugada a devorarte las orejas. Los castigos impuestos por estas travesuras no hacían sino aumentar mis celos hacia ti, que, cuando alcanzaste la edad suficiente para tomar venganza, decapitaste en una sola tarde a todas y cada una de mis muñecas.
Nadie podía obligarme a quererte. El cambio se dio gradualmente, y casi sin que me diera cuenta. Un día, de pronto, tus las lágrimas no me provocaron la alegría infinita e inexplicable de otro tiempo, y me pregunté con horror si no me estaba volviendo demasiado blanda. Luego descubrí la inmensa utilidad de que existiera alguien a quien poder echarle la culpa de la maceta que yo había destruido para hacer exquisitos pasteles de lodo, y antes de darme cuenta, tenía dieciséis años y eras tú quien me abría la puerta de madrugada y no les decía nada a nuestros progenitores sobre esa primera y desastrosa borrachera. En ese momento supe que el sacrificio de mis muñecas no había sido en vano e, incluso, me sentí un poco culpable por los traumas irreparables que te había ocasionado cuando aún no podías separarte del chupón.
Y ahora que lo pienso bien, no es a Mariano y Rafaela, sino a mí a quien le debes la vida. ¿Por qué? Porque alguna vez reprimí todos mis impulsos tanáticos de lanzarte por los aires o hacerte tragar una manzana envenenada y, gracias a eso, hoy estás vivo para tenerle fobia a los ratones. Y yo aún puedo sonreír por ello.

3 comentarios:

la defensora de los hermanos menores dijo...

agradezco que mi hermana nunca haya tenido ese instinto criminal; lo que sí sé es que yo daba la vida porque me invitara a jugar con mi prima y sus amigas y lo logré...durante algunas reuniones de juego fui un muy respetable y eficiente teléfono que sonaba cuando mi hermana pegaba en la mesa...y yo me sentía muy importante por hacer... RING!

rafa dijo...

En primero: lo de la fobia a las ratas es debido a que me dijiste que daban rabia ( a los 6 años uno no conoce a Pasteur).
Segundo; agradezco que no me hayas tirado por ningún balcón, pero pues como dices te he abierto la puerta muchas veces cuando ni caminar podías.
Y en tercero lo de las barbies fue porque te vi cambiando de cabezas a unas que tenías chafas, yo no sabía que las de mattel no eran decapitables, no fue por mala fe, aunque estoy seguro que fui castigado con alguna de tus gracias, como la de estar 7 horas perfeccionando un chocolate de plastilina para que tu hermanito se lo tragara. Como siempre te quiero mucho May y lo repito eres "pure evil" jajaja besos

Anónimo dijo...

Hoy un chango le orino al presidente de Zambia... dile a Mariano que hasta a los presidentes les pasa hombre!

atte: el flaco