jueves, 22 de mayo de 2008

Efectos secundarios


hipocondría.

1. f. Med. Afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud.

 

hipocondríaco

1. adj. Med. Perteneciente o relativo a la hipocondría.

2. adj. Med. Que padece esta enfermedad. U. t. c. s.

 

Ahí está. Tengo pruebas: sí estoy enferma. Las definiciones incluyen las palabras afección y enfermedad. Pero, y esto que tengo, ¿Cómo se cura? Yo, para empezar, e independientemente de cualquier definición, tengo la teoría de que es incurable y, además, hereditario. Me explico. Casi todo el mundo puede rastrear algún recuerdo remoto de la infancia, en el que se encuentra convaleciente de gripe o anginas, y su madre querida está ahí sentada en la cama, poniéndole paños en la frente algunas veces, otras, dándole cucharadas de sopita de pollo. Todo muy tierno, muy maternal, ¿no? Mi  recuerdo de las enfermedades infantiles es ligeramente distinto. Al primer estornudo, mi madre daba un paso atrás, horrorizada. Yo había dejado de ser su adorable hija y me había convertido en un monstruoso foco de infección. Si el termómetro confirmaba sus terribles sospechas, la progenitora de mis días compraba una dotación de tapabocas y medicinas preventivas (para ella, por supuesto) y con la lapidaria frase: "Si me contagias, te mato", se alejaba de mi habitación; convencida de que no tardaría mucho en caer en cama con los mismos síntomas, aunque magnificados, de su infeccioso retoño.

Contrariamente a lo que pueda pensarse, no la culpo. Mucha gente no entiende lo que significa vivir con el terror permanente de estar enfermo: yo sí. Yo que llevo en los genes la maldición de la hipocondría. Yo que frecuentemente siento piquetes en distintas partes de mi cuerpo y paso noches en vela buscando alacranes imaginarios. No les tengo fobia a los bichos, no me malentiendan. Mi miedo es que uno de estos animales me pique y yo, al no encontrarlo, crea que no ha sido nada y muera en mitad de la noche.

La vida de un hipocondríaco no es fácil, ya que constantemente se ve amenazada de muerte. Hace algunos veranos tuve la peregrina idea de hacerme un tatuaje. Y no, no me lo hizo un tipo con dientes de plata y una aguja multiusos en la esquina de una calle oscura. Fui a un local desinfectado, con agujas nuevas y plastificadas, guantes, antisépticos y artistas del arte corporal, certificados con varios diplomas en sus inmaculadas paredes. Aún así, a las dos semanas lloraba por los rincones, convencida de que tenía SIDA o, de pérdida, Hepatitis B. No fue mera enajenación mental, tenía síntomas. Siempre que uno busca síntomas, los tiene al alcance de una computadora. No hay más que teclear en Google la enfermedad que crees que tienes y en cuestión de segundos, aparecerán en tu pantalla un millón de dolencias, que empezarás a sentir de manera casi instantánea. Me duró todo el verano, mi SIDA. Luego me curé también instantáneamente, porque uno no puede tener varias enfermedades mortales al mismo tiempo (seguimos mi línea de pensamiento, no se alarmen), y dado que a raíz de un problema de roedores en mi hogar contraje el virus del Hanta, en el cual sólo me quedaban siete días de vida, cuando mucho, pues me pareció más dramático morir así, que lenta y dolorosamente a causa del VIH. Sobreviví esos siete días, y hasta el día de hoy  no he caído fulminada. Aún.

 Tú, qué me lees con esa sonrisa burlona, eres doctor, ¿verdad? Ya sé lo que estás pensando: "Pobre loca, tómate unos antidepresivos para tus ataques de ansiedad". Lo sé porque mi mejor amiga, pobre santa, es médico. Y me recomienda ir a un psiquiatra porque seguramente está harta de que su teléfono suene a horas intempestivas de la noche y al otro lado de la línea esté yo, asegurándole que me quedan pocos minutos de vida. Hace unos días me dolía la muela, tanto que yo sentía el dolor en la garganta. ¿Conclusión lógica? (Lógica para mí, vamos): Tengo anginas. Así que, sin consejo médico alguno, y en vez de ir a un dentista, decidí tomar amoxicilina. Tres horas más tarde empecé a cuestionar seriamente mi decisión. No podía recordar si era alérgica a la penicilina. Para cerciorarme, en vez de buscar en mis antecedentes clínicos (como habría hecho cualquiera que no sufriera mi enfermedad), opté por leer las reacciones secundarias que vaticinaba el medicamento. E inmediatamente después de leer mi sentencia de muerte, un principio de asma se apoderó de mí. Desperté a Mónica (la pobre santa anteriormente mencionada) a las dos de la mañana.

 - “Amiga, tengo asma, creo que soy alérgica a la penicilina; también tengo náuseas y, al mismo tiempo, una especie de hambre muy rara".

- "Come", contestó ella entre bostezos y con voz de hastío.

- "No, no entiendes, es que me está dando asma".

- "No tienes asma, ya te dije que comas.".

"Perfecto", pensé yo, "Mi última cena van a ser unos Choco-Krispis".

- "No, de verdad, está bien, puede que no tenga asma, pero náuseas sí tengo."

- "No, no tienes náuseas."

- "Sí tengo, y no puedo respirar bien."

- "Sí, sí puedes respirar."

- "No, pero es que siento como que..."

- "¡No sientes nada y no tienes nada! ¿Por qué tienes tantas ganas de estar enferma?"  

También, si no le van a creer a uno los síntomas, ¿cuál es el punto de sentirlos? Así es siempre. Cada vez que agonizo, nadie me toma en serio.

De acuerdo. Digamos que no me va a dar un choque anafiláctico ni una falla orgánica múltiple, ni tengo hemofilia, ni sífilis, ni dengue hemorrágico, ni me picó una chinche de Chagas sin que me diera cuenta. Eso es lo que piensan ustedes, estimados doctores. Eso es lo que saben ustedes. Yo, que, al contrario, vivo aterrada con la inminencia de la muerte porque no sé hacer otra cosa que somatizar las posibles reacciones alérgicas de cada medicamento que veo, extiendo desde estas páginas una humilde súplica. Por favor, alguien que nos tome en serio, a los hipocondríacos. Me refiero a que haya una persona que escuche eso que, yo pienso, es mi último estertor. Con esto quiero reafirmar mi nada fundamentada teoría de que tengo una enfermedad incurable. Y es que yo creo que los antidepresivos no curan, adormecen. Antes de que aquellos doctos en el asunto pongan cara de total superioridad y se dispongan a demostrarme qué tan equivocada estoy, consideren lo siguiente.  Si me mandan al psiquiatra, dejaré de ser esta persona pintoresca que vive con un pie del otro lado del mundo. Más importante aún: dejaré de ser esta persona excéntrica que gasta importantes cantidades de dinero en medicinas innecesarias para automedicarse, consultas preventivas y análisis de sangre ocasionales. Seré un ser sano y aburrido. Esos, queridos hipocráticos, serían los efectos secundarios de intentar curarme. Es mejor que me crean: sí estoy enferma. Lo que tengo se llama hipocondría. Mi familia la ha padecido durante décadas…y a ustedes, doctores, los hará millonarios.  

*Escrito para la revista White, que nunca vio la luz pero me hizo pasar un buen rato. 

4 comentarios:

una de las amigas nightingale dijo...

amiga el día que dejes de padecer tus "enfermedades" el mundo ya no será el mismo..además es un placer cuidarte en la convalecencia y revisar si no hay alacranes debajo de tu cama.

primorita´s mom dijo...

me siento identificada nadie nos entiende dicen que es nuestra imaginación pero en verdad siempre identifico mis síntomas con los publicados en internet.todo mundo dice que no investigue que espere para ver como me siento .Y si me muero?

Dra moni.. dijo...

creo que es el mejor que has escrito en tu vida!! me hare famosa por no creerle nada a mis pacientes!!!!!
me estas haciendo mala fama amiga.. si te creo.. bueno intento creerte, peor se que tus enfermedades estan en tu cabecita.. asi que mejor me dedico a terapearte.. creo que es mas sano que darte todos los medicamentos que necesitas para tus pseudo- enfermedades... te adoro amiga

socia fundadora de la triada dijo...

Dra. Moni: creo que usted podría hacerse famosa por terapear a los hipocondriacos además de escribir sus consejos sobre como sobrellevar la ingesta excesiva de cosmopolitan. Y quiero decirle que si en manos de alguien pongo mi salud es en las suyas.