jueves, 8 de abril de 2010

Ariadna


Y allá, al final del laberinto, lloras con un ovillo dorado entre las manos. Volviste a Minos a esperarlo, convencida de que era posible olvidar el incidente en Naxos. Porque él había prometido salvarte. Porque algunas versiones juran que te buscó en esa isla, que no te olvidó, que fuiste tú la que se quedó dormida.
Por eso quisiste regresar al principio, soñando encontrarlo, antes de la batalla con la bestia mitológica que compartía tu sangre.
Pero él ha tenido el desatino de perder la brújula, y tú sola ya no puedes salir del laberinto. No te dan miedo las sombras ni la noche, pero te aterra constatar que cada nuevo día, algo de Asterión se gesta en tu cintura. Y a pesar de todo te anudas el hilo, áureo y cegador, al tobillo izquierdo. El último fragmento de esta caja de Pandora te convence de que él, siguiendo las estrellas, podrá encontrar a tiempo el otro extremo de la hebra.

1 comentario:

Anita Alanís* (o Raquel o Condesa Winston o Señorita Pinot) dijo...

Necesitaba toparme con algo que valiera la pena para darle sentido a este día y, así, poder ir a dormir. Ariadna me dio el pase directo a la cama. Eres fascinante.