martes, 18 de mayo de 2010

Entrada triunfal

Ve nada más la hora que es y yo sin saber qué ponerme... Pésima idea la jarra de ayer, tengo cara de muerto viviente... Voy a necesitar ayuda materna, seguro me va a marear para que no me ponga los tacones negros... Sí, a mí también me gusta más el tercer outfit, pero los tacones se quedan...Sólo me faltaba esto, cómo se me pudo olvidar, debe haber algún cepillo redondo en esta casa... Qué pinche calor de mal gusto, voy a llegar toda esponjada... Ya estuvo, mínimo me quedaron lindos los ojos... Por fin el timbre, a este paso vamos a llegar a las mil... No bueno... sólo al Pishi se le ocurre ir por unos tacos a esta hora, ni hablar, vamos antes de que se largue toda la fiesta... Ni me acuerdo de la última vez que vi a Santi, creo que en el Esenza... Tarde y apestando a taco, qué entrada... Qué estrés, no, no quiero nada del oxxo, aquí te espero... De veras me quedaron bien los ojos, bendito rímmel, y casi ni se ven las ojeras... Ojalá que se le prenda el foco y traiga también unos chicles... Ay Javiercito, claro que no estoy escuchando la canción, me da igual esto o Joan Sebastian o lo que quieras, lo que necesito es que lleguemos de una vez... En serio me urge un GPS, esas cosas son una maravilla, y más con las perdidas que me meto yo en México... Tebas, qué nombre tan literario para una calle, y la fiesta en Babilonia, hasta poética pinta la noche... Pues claro que está todo lleno, qué esperábamos si es casi la una de la mañana... Sí, ya, aquí atrás del Volvo, y Mónica que se acomode atrás de esa entrada... ¿Sí es entrada? Toda llena de hojas pero no vaya a ser que salga alguien y para qué queremos problemas... ¿Qué tanto hace Mónica? Igual no está tan chido estar aquí parados en la calle... pero no, no hay problema, eres una paranoica, vienen platicando, chance y hasta van a la fiesta... No, estúpida, tenías razón, no estaba tan chido, está sacando algo de su sudadera... Ya valió, ahora sí ya valió... así es como se ve una pistola... ¿Y eso de ahí es navaja o cuchillo de carnicero? No, cómo las llaves, el coche nuevo de Pishi, tan contento que estaba... Claro, toma mi bolsa y yo me quedo aquí quietecita atrás del árbol, pero por favor no vayas a tocarme, y deja de decirme amiga... La puta madre, ahí están mi dirección y las llaves de mi casa, no vaya a ocurrírseles ir a asaltar a mis papás, y cómo les aviso si el celular también está allá dentro... ¡en la torre!, la credencial de la facultad, ahora ni cómo estacionarme... ¿Será posible que acabo de pensar esa pendejada? Mónica dale tu bolsa de una vez, que se vayan, que se mueran, que los parta un rayo, que no nos toquen... ¿Cómo que ahora qué hacemos? Correr, que no regresen, carajo, ya me quedé con la campana en la mano de tanto tocarla, que nos abran ya... Qué gusto verte, Nachito, nunca tanto gusto como ahora... Cuánta cara amable, sí, gracias, agua está bien, sí, aquí afuerita, hace diez minutos, el coche de Pishi y el de Mónica, estamos bien, de veras, no nos tocaron... No, gracias, no necesito nada... Sólo dejar de temblar. Sólo dejar de ver sus caras, la sudadera, la pistola, la navaja. Sólo regresar a un tiempo en que lo más importante eran los ojos que habían quedado tan lindos, la entrada triunfal, los tacones negros que ahora están rotos de tanto correr.

jueves, 6 de mayo de 2010

Casi una hecatombe

La insensatez de pensar que era posible confundir sus ojos...

Furiosa, quiso guardarlo todo en un baúl y enterrarlo en algún lugar al fondo del jardín.
Desbarató en un segundo la colección de imágenes, que se estrellaron desconcertadas contra las paredes. Por el suelo rodó asustado un anillo de plata y un par de canciones escaparon volando a través de la ventana, persiguiéndose una a otra con sus voces añejas y rasgadas. Tembló a lo lejos una mesa, tratando inútilmente de esconderse detrás de aquel sillón que la conocía desnuda. Las botas altas, atrincheradas en el armario, soltaron una lágrima discreta. Desde la encumbrada repisa, una buganvilia intentó suicidarse para huir de la masacre, pero el aire, salvándola, la hizo revolotear por la habitación, donde ya había cundido el pánico y un millón de poemas se apresuraban en desbandada hacia la puerta. Las frases susurradas a media voz -eternas habitantes de la almohada- se precipitaban desde las sábanas, chocando de vez en cuando con fotografías que buscaban desesperadas la manera de abandonar los marcos.
Cuando, abrumada por la futilidad de su lucha, se desplomó junto al baúl, tuvo que taparse los oídos para no escuchar los ensordecedores gritos de los metalampos. Dos palabras tímidas se ayudaban a salir del cofre con sus diminutas manos. Supo entonces que eran ellas quienes habían dado la voz de alarma, responsables perennes de la incapacidad de enterrar vivo cualquier recuerdo que tuviera esos ojos.