jueves, 6 de mayo de 2010

Casi una hecatombe

La insensatez de pensar que era posible confundir sus ojos...

Furiosa, quiso guardarlo todo en un baúl y enterrarlo en algún lugar al fondo del jardín.
Desbarató en un segundo la colección de imágenes, que se estrellaron desconcertadas contra las paredes. Por el suelo rodó asustado un anillo de plata y un par de canciones escaparon volando a través de la ventana, persiguiéndose una a otra con sus voces añejas y rasgadas. Tembló a lo lejos una mesa, tratando inútilmente de esconderse detrás de aquel sillón que la conocía desnuda. Las botas altas, atrincheradas en el armario, soltaron una lágrima discreta. Desde la encumbrada repisa, una buganvilia intentó suicidarse para huir de la masacre, pero el aire, salvándola, la hizo revolotear por la habitación, donde ya había cundido el pánico y un millón de poemas se apresuraban en desbandada hacia la puerta. Las frases susurradas a media voz -eternas habitantes de la almohada- se precipitaban desde las sábanas, chocando de vez en cuando con fotografías que buscaban desesperadas la manera de abandonar los marcos.
Cuando, abrumada por la futilidad de su lucha, se desplomó junto al baúl, tuvo que taparse los oídos para no escuchar los ensordecedores gritos de los metalampos. Dos palabras tímidas se ayudaban a salir del cofre con sus diminutas manos. Supo entonces que eran ellas quienes habían dado la voz de alarma, responsables perennes de la incapacidad de enterrar vivo cualquier recuerdo que tuviera esos ojos.

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