viernes, 10 de septiembre de 2010

Autopsia


No, a mí lo que me molesta no es el frío de esta mesa metálica. Admito que al principio me sorprendió su contacto gélido contra la espalda desnuda, pero también a eso terminé por acostumbrarme. Tampoco me incomoda el olor a formol, ni extraño demasiado la ropa: el pudor que experimento poco tiene que ver, en realidad, con estar en cueros. Lo que me duele, lo que me intimida, es la mirada penetrante, el escrutinio que va mucho más allá del cuerpo. La devoción perversa con la que te aferras al bisturí para descubrir qué es lo que tengo dentro, todo eso que no puedes localizar en la ficha clínica. ¿Qué dice ahí? ¿Mi edad, mi peso, mi estúpido signo zodiacal? No te interesa. Tú quieres saber el valor que para mí tienen ciertos recuerdos, la manera exacta en que me muerdo los labios cuando me concentro, el origen preciso de cada una de mis neurosis.

Eso, y no otra cosa, es lo que me enerva: tu insidiosa fijación con mis adentros, la forma errática en que remueves mis órganos creyendo que, por fin, lograrás descifrarme. Te tengo noticias: estoy viva, idiota. Así que corta, sutura, sigue destazándome con ojos inquisidores. Eres tú la que se vacía.